Por: César J. Pérez-Lizasuain / Sociólogo del derecho.
De inmediato, Odiseo, fecundo en ardides, debo precisar el primer “letrado” que no opta por la defensa de la justicia, el primer abogado-político, insultará frente a todos a Tersites y con la complicidad de los pastores de hombres, los primeros jueces, impondrá el castigo: “…y con el cetro [Odiseo lo ha tomado sin pedírselo a Agamenón] dióle un golpe en la espalda y los hombros. Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda debajo del áureo cetro. Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas.” Tersites: el primer condenado por dar un discurso, el primer “autor” de un texto libre que cuestiona el poder de los pastores de hombres, la primera víctima de la administración de la justicia.
Eduardo Lalo en la Ceremonia de Investidura de la Junta Editora de la Revista Jurídica de la Facultad de Derecho de la UPR
Me viene a la imaginación (con cierto gozo) que la alocución de Eduardo Lalo[1], titulada “La herencia de Tersites”[2], en la Ceremonia de Investidura de la Junta Editora de la Revista Jurídica de la Facultad de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, fue una inversión del famoso refrán: “Como cucaracha en baile de gallinas”. En esta ocasión, el invitado, un sujeto fuera-de-lugar en el mundo de lo jurídico, “penetró” en un mundillo aparentemente impenetrable y pudo incomodar al mismo anfitrión. El argumento es directo y fue construido desde la visión moral que Lalo tiene sobre el asunto: el alma del abogado se ha corrompido, se ha insertado en una operación eminentemente técnica y deshumanizada de lo jurídico y ha dejado de ser “Voz” del sujeto oprimido o del sujeto víctima de la injusticia de la justicia (sujeto que lo caracteriza como Tersites). Ante ello el jurista contemporáneo se pierde en un océano absurdamente kafkiano lleno de procesos y verborrea leguleya mientras que asume la idiota aspiración de posicionarse socialmente por encima del común y deja de cuestionar las estructuras de poder que han sistematizado la injusticia. El abogado contemporáneo sería un reproductor por excelencia del espectáculo, del fetiche de lo jurídico y lo político, del hombre-sin-idea, reproductor de “la mentira y los conceptos vacíos” – arremete el escritor. A ello habría que añadir a la intervención de Lalo que el Tersites común y corriente (negro y pobre) no entra regularmente a las escuelas de derecho en este país.
Ahora bien, más allá de la postura moral que asume Lalo, el operador/técnico de lo jurídico se conduce por cierta racionalidad que determina su conducta. Y me parece que aquí es donde radica el problema real, y desde donde podríamos hilvanar una crítica radical a la profesión jurídica en nuestro país más allá de la valorización moral. El problema se encuentra en que la racionalidad del jurista que se conducía a sí mismo como agente de lo público se ha transformado en la visión contemporánea del operador jurídico como gestor de lo privado. La racionalidad que permea en la subjetividad del jurista contemporáneo es la del abogado-empresa. Y no es para menos, la racionalidad del homo economicus, del hombre-empresa, se ha impuesto como la conducta (des)políticamente correcta bajo el postulado neoliberal. El afán del profit, la autosuficiencia económica, la auto-inversión del sujeto como empresa (que le asegura un valor dentro del mercado como cualquier commodity) y el principio de la competencia se encuentran en la médula del marco de normas que le confieren sentido y significado a nuestra existencia.
Por eso no es de extrañar que en Puerto Rico las artimañas politiqueras, orquestadas por los hernández-colones de la vida, hayan provocado la desaparición de la única institución educativa que planteó la tarea de cultivar en el jurista una subjetividad afín con esa del “intelectual orgánico” – a la manera de A. Gramsci. Esta institución lo fue la desaparecida Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos en Mayagüez (FDEMH). 20 años de constantes ataques le tomó al Tribunal Supremo de Puerto Rico (TSPR), al Partido Nuevo Progresista, a la actual asamblea legislativa del Partido Popular Democrático (2012-2016) y al resto de las tres (3) escuelas de derecho en el país para poder terminar con la única institución que pretendió refundar la profesión jurídica en Puerto Rico a partir de una visión ética-política, de transformación social y de un permanente cuestionamiento-de-sí que condicionara la conducta del jurista para con el Otro (con el sujeto-Tersites).
La “idea regulativa” (pero siempre abierta) era doble: se buscaba la transformación del alma del jurista mientras éste no se limitaba solamente a asumir una postura crítica hacia las actuales estructuras jurídicas (coloniales y locales), sino que, a su vez, debía emplear performativamente una contra-conducta (en su comunidad, espacio de trabajo, tribunal, etc.) que retara la racionalidad neoliberal imperante. Para que el/la jurista encarne la “Voz” de Tersites, asumiendo el reclamo de Lalo, haría falta asumir con renovados bríos el proyecto incompleto que se trazó la FDEMH: el concebir la educación jurídica como tarea propia de una “agricultura radical” que – afirmaba su decano fundador Carlos Rivera Lugo – fomente “…una nueva cultura emancipadora como juristas insurgentes frente al mundo actual de lo jurídico”.
En el mundo de lo jurídico, la FDEMH fue nuestro Tersites: condenada por hablarle de frente al poder, acusada por el TSPR de querer infundir una contra-conducta en el intelectual jurídico dentro del contexto colonial puertorriqueño y de (aquí viene el peor de los pecados) ¡pensar el derecho! (¡el derecho solamente es para ser pensado por el que manda-mandando!). Tanto así que el TSPR, en una opinión realizada por el fenecido juez Jaime Fuster Berlingeri, tildó a sus estudiantes de “no idóneos” para ejercer la profesión jurídica (algo que como egresado llevo con mucho orgullo porque ¡carajo, en mi caso tenía razón el man ese!).
“Odiseo, el “fecundo en ardides”, siempre acudirá a acallarnos, imponiéndonos las siempre convenientemente renovadas reglas de procedimiento. Pero las complejidades de la vida – sentencia Lalo – no caben en los tribunales ni en las deposiciones ni en las declaraciones juradas. Pensar significa enfrentar la Ley y sus prácticas. Crear una palabra literaria significa consignar y honrar los hilos de voz de los vencidos [énfasis mío]”. Queda completar la inconclusa historia de Tersites: ¿nos levantamos luego del golpe de Odiseo? Algo me queda claro, de nuestro Tersites occidental persiste un hilo de voz: Odiseo pega y marca el cuerpo, pero no cuenta con que un rizoma irreverente como las canicies siempre sale por algún otro lado.
[1] Eduardo Lalo es un escritor y académico puertorriqueño ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 2013.
[2] La transcripción completa de la intervención de Eduardo Lalo se encuentra disponible en el portal electrónico de 80 Grados: http://www.80grados.net/la-herencia-de-tersites/