Por: César J. Pérez Lizasuain*/cesar.lizasuain@gmail.com

Por ello, la universidad y más específicamente la Universidad de Puerto Rico, no es un cuerpo inerte y sólido, sino el resultado de una lucha constante en la que chocan las fuerzas que forman y deforman, afirman y niegan, construyen y destruyen nuestra sociedad… Lo que se encuentra más allá de los portones niega sistemáticamente lo que la Universidad construye, protege y crea. Más que nunca en años recientes ese mundo exterior anticultural, anti intelectual, anti universitario, se ha adentrado en nuestros predios y nos ha ido debilitando.

Eduardo Lalo

La portada del periódico El Nuevo Día para su edición del 30 de agosto de 2015 ilustraba a una joven sonriente, muy blanca – hace gala de una piel tan blanqueada que hay una confusión óptica entre su cara, el fondo blanco (que intuyo debe ser la pared de su oficina), el claro papel del periódico y el resplandor del flash activado por la cámara fotográfica que ha recogido la plástica pose. En letras inmensas, como gritándonos en la cara, nos dice: ESTUDIAR PAGA. La aseveración, al contrastarla con la realidad, se hace absurda. ¿Y se podrá cuestionar que se publique la misma un 30 de agosto cuando el semestre académico se encontraba en su segunda semana? ¿No es esta siempre la fecha en la que vemos en los medios de comunicación corporativos los comerciales en donde las universidades tiran el resto para reclutar nuevo arsenal estudiantil y retener al que ya se encuentra medio rendido del asunto? ¿Justo en esa fecha en que se acerca la publicidad universitaria anunciando que milagrosamente extienden las fechas de admisiones y se sacuden los requisitos académicos de admisión como si fuesen buches de bacalao abombao’?

Pero, qué tal si parafraseamos y ponemos a prueba la aseveración de la empresa Ferré- Rangel y nos preguntamos: ¿ENSEÑAR PAGA? Tomemos el caso del profesorado académico, que para poder enseñar al nivel universitario debe estudiar hasta el mayor grado posible (PhD) dentro de su disciplina. En la actualidad, pasar por todos los niveles de estudios y el convertirse en maestro universitario significa, casi seguramente, desempleo y una deuda impagable. Y es que si alguien enfrenta actualmente la verdad política de la racionalidad neoliberal, el ser-endeudado, la precarización del trabajo y de la vida en general dictaminada desde, por y para el mercado, lo es el nuevo proletariado académico, y particularmente su modalidad de profesor adjunto. La universidad, particularmente la UPR, no es un espacio autónomo, la misma ha sido sometida, y sigue siendo sometida, a procesos neoliberales que, como ha insistido Eduardo Lalo, han dividido el alma universitaria en al menos dos partes: una que a contracorriente se sigue identificado con la promesa de un proyecto humanista y esa otra parte, en expansión, que subsume a la Universidad dentro de las prácticas de la razón neoliberal convirtiéndola en un espacio para el profit y en una fábrica del homo economicus.

El proyecto neoliberal en la Universidad no es nuevo, pero sin duda se intensificó desde la administración de Aníbal Acevedo Vilá (corporización de la presidencia universitaria bajo Antonio García Padilla), escaló a otro nivel bajo el reaganismo ideológico de Luis Fortuño (y con él la administración neofascista de Miguel Muñoz) y que actualmente asume un perfil empresarial bajo la incumbencia de Uroyoán Walker Ramos quien lleva una especie de “guerra de baja intensidad” en que la institución sigue el proyecto neoliberal trazado en el mapa de ruta de los informes del CAFI sin mucha oposición (la sorpresiva elección de Walker Ramos, un matemático, como presidente se debe entender como otro punto de escalada dentro del marco neoliberal dictaminado por los CAFI).

Mientras continúa la lucha por definir la ontología universitaria, se le propina un golpe mortal a la academia puertorriqueña, en la UPR y el resto de universidades privadas, mediante el aumento disparatado de profesores adjuntos que son contratados mientras se congelan plazas de carrera docentes. La razón no es jurídica: no se trata de menos o más derechos laborales. La práctica va dirigida directamente a modificar severamente las condiciones del mercado, y con ello las relaciones de fuerza entre la administración burocrática-corporativa y el trabajador académico, en donde la Universidad pueda justificar el recorte de derechos laborales, congelación y disminución de sueldos, el coartar significativamente la libertad de cátedra y el centralizar, aún más, las estructuras de mando en la institución. La punta de lanza y la principal estrategia económica de los pequeños führers al mando universitario (amén de algunos recintos pequeños que son dirigidos por élites burocráticas corruptas de bajo perfil), y esto es lo que deben entender los compañeros profesores de carrera en la UPR y particularmente los organizados bajo la APPU, es que la entrada de un ejército de académicos adjuntos representa para los full timers dos cosas: (1) en términos económicos, una situación en donde no podrían competir. Dicho de otro modo, el trabajo, las condiciones de trabajo y salario de los full timers se verán adversamente afectadas con el aumento de académicos part timers; y (2) la transformación disciplinaria del alma del maestro universitario. Se trata de la a producción de una nueva alma del docente-empresarial inmersa en una lógica en donde la práctica académica se conduzca por el principio de la competencia y del saber-valor.

El profesor adjunto se encuentra sumergido en una lógica post-salarial: no recibe salario. Con una carga completa (9 créditos) no tiene salario, sino que la UPR paga un estipendio que mide por cada crédito. La carga completa para el adjunto representa cerca de $5,355 por todo un semestre académico (5 meses) y divide la paga de este estipendio mensualmente (con las deducciones el estipendio se maneja a razón de $800.00 mensuales). A ello hay que sumarle que el profesor adjunto no tiene derecho a cobrar durante los recesos académicos, tampoco tiene acceso a la cubierta de salud y no goza de ningún tipo de garantía contractual por lo que se encuentra en un estado de inseguridad permanente. Un profesor de carrera, con su carga completa (12 créditos como mínimo, solamente 3 créditos adicionales a la carga que recibe el adjunto) le cuesta a la universidad durante un semestre académico alrededor de $26,000. En el caso de los profesores de ingeniería y de derecho, que ocupan plazas de carreras, el salario es aún mayor mientras que el adjunto probablemente no llegue a los $10,000 anuales.

La entrada de una legión de zombies adjuntos (se estima que el 67% de la academia estadounidense es facultad adjunta) consolida la razón neoliberal prescrita en los informes del CAFI (2007) y CAGFES (2011): degrada la enseñanza universitaria, nos somete a una cruda competencia entre profesores, quienes intentamos alargar nuestra permanencia en la universidad a toda costa, rebaja los estándares académicos haciendo de nuestro trabajo un concurso de simpatía frente al consumidor-estudiantil, acrecienta la disparidad en la relación de poder entre patrono universitario y el trabajador intelectual-inmaterial, disminuye notablemente nuestra libertad de cátedra y expresión, limita el desarrollo de nuestra vida intelectual en la medida en que  al maestro universitario se le coarta el tiempo y los medios para pensar y producir nuevo conocimiento. A ello se suma una creciente cultura anti-intelectual en donde la docencia es entendida en términos estrictamente industriales-corporativos y cuyo propósito se va limitando a otorgar una calificación con tal de finiquitar y facilitar lo prometido al consumidor universitario: el grado académico como commodity (ya en este punto poco importa la calidad del mismo y de cómo se obtuvo).

La UPR, y el país en general, debe entender lo que se encuentra en juego aquí: esta práctica constituye parte esencial de la racionalidad que llevará e inundará completamente el alma del proyecto universitario: la desaparición definitiva de la posibilidad de convertir la vida universitaria en un proceso que promueva una subjetividad radical que impulse la transformación social y política del país. A este son, la Universidad pública puede terminar siendo el mayor dispositivo de subjetividad con el que cuenta la racionalidad neoliberal, y con ello el final del maestro universitario abocado a una cultura de un saber-emancipador. En el proyecto grande que debe ser la transformación de la UPR en un espacio autónomo, democrático, inclusivo, diverso, de libertad, hay una parte de esa lucha en la que se deben hilvanar demandas concretas, por parte de conglomerados de la vida adjunta, en las que al menos comencemos a exigir mejores condiciones de empleo, salario, seguridad sanitaria y una mayor certeza contractual.

* El autor es doctor en sociología jurídica y ha sido profesor adjunto en varias universidades durante los últimos 5 años.

** Imagen obtenida de: http://www.lasletrasdelfuego.com/2012/03/upr-no-basta-decir-no-al-golpe-de-timon.html

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