Por César J. Pérez Lizasuain | 24 de julio de 2020 | Intervención presentada en lo que fue la primera Plaza Pública Virtual organizada por el grupo de Estudios Críticos Puertorriqueños.
1. Líneas emergentes y la emergencia de los cuerpos ausentes
- Autocrítica a mi ensayo “Apuntes sobre el estado de rebelión boricua y el poder constituyente” publicado en 80 Grados.
- En el mismo enmarco la rebelión boricua dentro de la lógica de la “sociología de las emergencias” que desarrolla Boaventura de Sousa Santos. A partir de ésta se trata de “reconocer y valorizar – dice Santos – experiencias que apuntan hacia formas de vida y de convivencia que, pese a ser poco familiares o apenas embrionarias, configuran soluciones para problemas que afligen cada vez más nuestra vida colectiva…” y que, añado yo, condicionan la subjetividad política. Al menos destaco en ese escrito dos elementos que considero importantes en la rebelión boricua: (1) La diversidad de su composición o lo que llamo en el escrito la forma-multitud; y (2) El sentido de igualdad plena que se experimentó en un momento dado durante el estado de rebelión (por eso “estado” que denota unas limitaciones en espacio-tiempo). Con este momento de igualdad plena me refiero a la fuerza social que provocara el desarrollo de los acontecimientos y que impulsara, a su vez, el casi unívoco deseo de ver a Ricardo Rosselló Nevares renunciar a su cargo.
La centralidad del cuerpo
- Identifico en mi escrito la centralidad o la presencia importante de dos racionalidades y prácticas sociales emergentes en la revuelta: la feminista y la cuir. Considero que estas prácticas y racionalidades emergentes y contrahegemónicas proponen la centralidad del cuerpo e incluso del deseo (Eros) en este tipo de manifestaciones y que tiende a incomodar los imaginarios sociales prevalecientes: el cuerpo no solo es la coraza en donde se inscribe la Historia o desarrollo de la violencia neoliberal y colonial, sino que también es el principio orgánico, si se quiere, que inicia y reconoce la relación con otros cuerpos: la complicidad para gritar, bailar, besarse o grajearse, montar una asamblea improvisada (pleno) o incluso el uso colectivo del cuerpo para protegerse de la macana, el gas pimienta y las balas de goma que llovían cuando la policía pretendía hacerle la camita a la Constitución.
- Sin embargo, consciente o inconscientemente dejo de lado en mi escrito la complejidad que representa la presencia de unos muy otros cuerpos. Se trata de aquellos cuerpos que usualmente no vemos en las protestas, piquetes o huelgas. Recientemente he leído un texto que a mi me ha parecido muy poderoso. Se trata de una novela del escritor francés Édouard Louis titulada “¿Quién mató a mi padre?”. Louis explora el cuerpo de los “sin parte” – como lo llama Jacques Ranciere – como el principal recipiente de la violencia continua determinada por la lucha de clase, por la precariedad, por la biopolítica y la necropolítica. En mi texto ignoro esos otros cuerpos que nunca vemos o nos negamos a ver. Es el cuerpo de la exclusión, la pobreza, el cuerpo de la “brega” diaria por aquello de parafrasear a Arcadio Díaz Quiñonez. El cuerpo de quien no tiene dinero. El cuerpo de los estigmatizados por el llamado mantengo. Estos son los cuerpos más afectados por el huracán María. Estaban allí, politizados y en revuelta. Y de momento comenzaron estos cuerpos a existir frente a la mirada atónita de los Otros, es decir, la de aquellos que monopolizan el discurso público (de derecha a izquierda, poco importa). En fin, la pregunta determinante para mí en este caso es la siguiente: ¿Cuáles fueron los vectores culturales que llegaron a despertar una sensibilidad política nunca antes vista en este país?
2. Memorabilia y ética de la derrota
- De las revueltas, tanto a nivel local como internacional que desde el 2010 hemos observado, se destaca un problema constante: ¿Cómo darle continuidad a aquellos valores y experiencias que han fundado estas revueltas? ¿Cómo trascender la inmediatez de la protesta social? ¿Cómo articular en el tiempo, de forma duradera, esas prácticas sociales emergentes que hemos mencionado, más allá de la protesta? ¿Qué cambiaron estas revueltas? ¿Fracasaron? ¿Por qué muchos sentimos que la rebelión boricua quedó inconclusa? En ese caso, nuestro verano de 2019 ha corrido con una suerte similar a las experiencias que se han vivido en escenarios tan variados como España, Egipto, Francia, Chile, EEUU, etc. Contrario al imaginario (neoliberal) que niega la derrota como posibilidad, creo que a ésta hay que afrontarla de forma metodológica.
- Hay un problema empírico y una contradicción (que no tiene que ser fatal) entre los elementos que componían la rebelión y que describí en la primera parte: igualdad y diversidad (o multitud). El problema es que ese clima en donde se experimenta una igualdad plena, de no diferencia, no puede subsistir en el tiempo (al menos no orgánicamente). Sucede que empíricamente somos diferentes, que las motivaciones y expectativas de unos y otros grupos son distintas.
- Considero que parte de la derrota o tarea inconclusa del verano ha consistido principalmente en dos puntos: (1) Precisamente en la fetichización de ese sentido y elemento de igualdad absoluta. Hemos intentado conservar ese momento preciso como una fotografía (fija en el tiempo). Temo de que tratemos la revuelta boricua como memorabilia; es decir, como un objeto que domine sobre la memoria y que anule la crítica. Ahora con el aniversario lo vemos claramente, hemos pretendido custodiar al evento como un objeto antiguo, bien cuidado y nítido. Al final, el discurso más generalizado para significar la rebelión boricua deviene de esta fetichización: me refiero al discurso del consenso, al discurso que promueve una unidad genérica y despolitizada. El problema es que esta fetichización elimina de un plumazo el vector antagónico que pudo cuajar en un momento dado la aglomeración de diversas voluntades. (2) La ausencia de marcos de referencia ideológicos y estructuras organizativas que precisamente procuren darle continuidad a algunas de las líneas emergentes descritas anteriormente. Sin embargo, pienso y estoy convencido que hasta el día de hoy ha sido la derecha puertorriqueña – en vías a convertirse en ultra-derecha – quien único se ha organizado y actualmente hace política – de repliegue y reaccionaria claro está – a raíz de la rebelión boricua.
3. Propuesta metodológica: entre líneas emergentes y la derrota
- ¿Por qué considerar la derrota? Quisiera parafrasear a Ana María Amar Sánchez quien se dedica a analizar las narraciones sobre la derrota en la literatura latinoamericana. Hay varios puntos a considerar. Me limito a decir que hay dos versiones de la derrota: (1) La que lleva al nihilismo: es decir, a la imagen perdida del anti-héroe que “ha abandonado las posturas antagónicas y en los que la derrota ha despojado de todo sentido utópico o heroico” (Rey Charlie); y 2) Entender “las múltiples opciones que se abren a partir de la derrota.” Es decir, desde la derrota se podría generar una ética que busque resolver las causas que la provocan y que, como sugiere la mencionada autora, privilegie “…vías de acción que implican un rechazo y una crítica a otros discursos del ámbito político y de los medios masivos” y hegemónicos de comunicación.
- Ciertamente, no me interesa la derrota como estado permanente; esto es, la derrota cínica. Más bien me interesa la derrota como dispositivo metodológico y como problema: ¿Cómo resolver la derrota? ¿Cómo resolver lo que consideramos terreno perdido en el transcurso de este primer aniversario? Por eso no hablo de una derrota que lleve al cinismo y mucho menos al nihilismo. Debemos luchar por evitar que los proyectos políticos que se desprendan de la rebelión boricua, como lo son este evento y esta nueva organización de académicos y académicas, se reduzcan a “al espacio de lo irracional y lo absurdo” como dice Amar Sánchez. Me confieso en este punto un tanto incapaz para ofrecer un análisis más complejo que el realizado hasta ahora. Sin embargo, me atrevo a decir que nos toca mínimamente asumir la tarea de provocadores: esto es, de incomodar aquellos imaginarios prevalecientes en nuestra cultura política, intentar jamaquear el palo de la subjetividad complaciente de “la brega”; en fin, no temer al antagonismo político e intentar construir contrapoder desde el reconocimiento de la diferencia y la singularidad. Perder el miedo al absurdo y al ridículo como nos enseñaron los dignos rebeldes zapatistas en 1994. Dar o tantear, a partir de una lectura crítica del verano de 2019, con ese vector lingüístico y psicológico (en mi mente decididamente anticolonial y progresista) que incomode la subjetividad política imperante en nuestro país.
Muchas Gracias.
Referencias
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